lunes, 21 de diciembre de 2015

La sensación de lo mágico y su autoreferencialidad

Últimamente, con la implementación de los pilares del pensamiento de la Nueva Historia Cultural en casi todos los ámbitos de mi vida -pues soy de creer que el conocimiento está atado a una necesidad; que se busca porque se requiere y, en mi caso, la necesidad siempre ha rodeado la pregunta por el sentido-, me he vuelto un poco más materialista, si acaso hago un buen uso de ese término.

Siento que la teoría debe ir ligada a una práxis. Sí, sí, eso lo había entendido antes: la autopoiesis. Pero, ahora lo veo como una relación constante, que no se separa; no se puede entender teoría sin práctica ni práctica sin teoría. Preponderar algunos ideales es negar la vida misma y, con ella, la fuente principal de sus riquezas: las personas. Así que, toda idea debe estar sujeta a ser transformada por el devenir mismo. Ideas maleables, que preponderen el bienestar. Esa es la consigna.

Pero... confieso que no logro desligarme de algunas sombras metafísicas. En este caso preciso, la llamada «magia», que se basa, en pocas palabras, en leer linealmente una serie de acontecimientos para hacerlos especiales (resabios de la causalidad positivista y aquella otra que dictamina que las cosas «tenían que pasar»). Sé que tal pensamiento va en contradicción aparente con tal materialismo, pero... en la práctica, coexisten. El uno no implica una negación del otro, aun cuando, en la teoría, se vea una inconsistencia. Me justifico -aun cuando en algunos años, mi autocrítica me permita retirar mis palabras- en que es la multiplicidad misma de la vida, que no puede ser enclaustrada a un sistema.