domingo, 3 de mayo de 2020

Hablando desde mi generalidad: entre la pandemia y el presentismo

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Anteayer o antes de eso abrí un café molido para la cafetera. Ese café me fue obsequiado por ella, hace muchos meses. Yo había disminuido mucho mi consumo de café porque me encuentro cautivada por el chocolate, pero me antojé de café, hace tres días. No quise instantáneo sino probar con los molidos. Es curioso... el recuerdo de este café (y del anterior a este, que también fue obsequiado) fue agridulce: dulce, porque fue uno de esos regalos de ella; es su exteriorización, es lo que la hace seguir viviendo en mí, funcionando tanto de evidencia para mí de que su ser produjo cambios a mi alrededor, que nuestro encuentro no fue en vano. Agrio, porque no fue un regalo especial para mí; tanto la primera, como la segunda vez, compró el mismo tipo de café para varias personas, incluyéndome en su lista. Una de las causas de mi dolor, que todavía me afecta un poco de cuando en cuando: la no validación, el no haberme sentido especial para ella. La sensación de que esta historia solo la recordaré yo... pero, ¿qué tanto la recordaré, realmente?

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Ya son tres meses y un par de días desde que las cosas se acabaron, sin que ella en ningún momento reconsiderara su posición, estando segura de ella. Las emociones se transforman en medio del proceso del duelo amoroso. A día de hoy, la sensación es rara: veo nuestra historia y siento que es tan lejana, como si de ella me separaran años. Me maravillo ante el café molido porque es de las pocas cosas que me producen vínculo con ella, hoy en día, ante un ausentismo creciente en el resto de mi existencia, ante la información y las imágenes que se empiezan a esfumar. Me siento ante una extraña: ¿quién era ella, realmente? ¿qué versión de ella es más ella? Ninguna, quizá. Solo conocí quién fue con relación a mí. Conocí su ternura y su indiferencia. Vienen imágenes a mi cabeza y siento que la extraño, que extraño esa imagen que pierde nitidez, pero que ya reconozco como extraña. ¿Es la misma persona que, hace un mes, venía a mi mente ante cualquier referencia a un libro, un paseo, una historia de tranvía?

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Ante la amenaza de la sensación de una vida sin futuro que brinda la pandemia, pocos recursos se nos despliegan para mantener una socialización activa. Me doy la oportunidad en ellos, prometiéndome paciencia: sin querer todo para ya, considerando la posibilidad de que haya que esperar una buena coincidencia. Coincidir con otra persona. Siempre ha sido más complicado que lanzar una moneda al aire: eventualmente, esta cae y es o lo uno o lo otro, pero aquí no hay ese tipo de certezas. Un asunto de azar. Cuando sucede, coincidir con alguien es reinventarme: volver a narrar mi historia de vida y, por tanto, ficcionarme en el proceso; volver a desplegar herramientas que quizá me puedan servir para cultivar un ritmo de conversaciones; volver a soñar con futuros utópicos, a idear a esa persona.

Como idealista que soy, me entretengo en esas actividades. Crear nuevas redes con otros puede implicar la sustitución de redes previas: ¿con quién compartirás una canción que acabaste de escuchar y te gustó? ¿a quién le hablarás de una película que te tiene intrigada? Esa novedad del otro que te está descubriendo -y que puede que desaparezca de tu vida en dos días- te da la posibilidad de asociarlo con él. El cableado se transformó, ya no es ella lo primero que se te viene a la mente, pues, a falta de práctica constante de la actividad, del compartir, se pierde el refuerzo de la respuesta inmediata. De hecho, a ella no le interesaba realmente lo que yo quería compartir. Constancia que sigue siendo dolorosa y que me revela el carácter idealizado de mi relación. ¿Dónde he visto ya esto en mí?

Los nuevos otros, a quienes cargas con tu presente, empiezan a perfilarse en tu futuro. Son perfiles que vienen y van, que viven con intensidad en ti durante unos pocos días y luego quedarán confinados en los ríos del olvido. No es que te importe: no son reales esos perfiles. El temor está en la condena al olvido de aquello que sí pudo ser real.... porque, en mi caso, llenarse de futuro puede ser una reacción ante el darte cuenta de que te estás quedando sin pasado. El idealista opera añorando el pasado como soñando con el futuro.

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Le he tenido miedo a olvidar desde hace muchos años. Sentí que algo murió en mí el día en que, mediante una conversación, pude apreciar cómo de mi mente se escapó la información que Angie me había brindado sobre ella, información que atesoré y que procuré grabar en mí. Antes de eso, había procurado construirme para mí un sentido de vida a través de la experiencia: vivir para recordar y, en ese ejercicio retrospectivo, moldearme como persona espiritual. Si acaso olvido, ¿cómo podré usar mi experiencia para aprender sobre mí, sobre los demás?

La idea del presentismo se fraguaba en mí y vino a organizarse, a ser clara ante mis ojos, en el momento en que vi San Junipero, un capítulo de Black Mirror. La reacción de estas chicas me parecía ilógica inicialmente: si tienen 60 años, ¿por qué actúan cómo crías? ¿para qué vivieron tantos años si actuarían como chicas de 20 años? Las respuestas me fueron llegando al pensar en el caso: las relaciones que ellas establecían con su mundo virtual lo hacían desde la posibilidad de ejecutar la edad de los 20 años. No eran adultas que debían responder por responsabilidades laborales ni con amigos de hace lustros, sino que socializaban usando discotecas, poseyendo la belleza de su juventud y con el trato como personas jóvenes que recibían y ofrecían a sus iguales. Somos hijos de nuestro entorno y ellas viven en cuanto conectan con su presente, no con su pasado. Nuestro pasado, al que ficcionamos , responde siempre a las demandas del presente. Esa idea la había conocido hace más de 10 años en San Agustín, pero ya podía relacionarla con otras, ya tenía mayor dinamismo y sentido en mi mundo. El nuevo engranaje empezaba a dar vueltas y a funcionar con elementos interconectados.

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¿Cómo podía justificar el hecho de que mi duelo por la Innombrable duró tres años? La respuesta nunca me fue difícil: por la idealización. Ella representó en mí lo que deseé en alguien, cuya memoria no se pudo manchar al cargar yo con la culpa de haber dañado lo nuestro. La Innombrable tuvo el mérito de esforzarse en conocerme como hasta la fecha ningún otro interés romántico-sexual ha hecho cuando yo sentía que quizá no lo valía. Me validó. Eso fue lo que entendí desde el inicio. Hoy en día la lectura es más rica, porque ahora entiendo que realmente no hubo un "nuestro", que yo sí estaba en una situación incómoda debido a que ella estaba perdiendo el interés por mí, mientras yo estaba enamorada, y comprendo que yo me conocía muy poco como para haber manejado mejor la situación, por lo que no me culpo. Al día de hoy, después de haber superado esa situación, creo entenderlo: los tres años de idealización se sustentaron en lo poco que conocía sobre mi misma respecto a mi atracción por los demás y respecto a mis propias inseguridades. Me menosprecié mucho al compararme con ella y, mientras salíamos, la quise de una forma muy ansiosa.

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Un capítulo en mi vida que no he logrado resolver ha sido mi forma ansiosa de involucrarme en relaciones romántico-sexuales. En las veces en que he querido, lo he hecho esperando una alta validación de mi otro significativo. Me llega con disfraz de necesidad la idea de que yo pongo al otro en una situación de privilegio respecto a mi vida y requiero que se me trate igual. ¿Cómo va a ser posible que la persona que elegí para ofrecerle lo mejor de mí, no reconozca mi valía y me de ese lugar que tanto anhelo? El lugar que anhelo... me lleva a la pregunta de si acaso no siento que tengo ese lugar en otros espacios o por qué me es tan importante. ¿Por qué me es tan importante una validación en específico? Me hago altamente inestable con este modelo poco sano de validación. Hago que mi valor recaiga en lo que una persona pueda ver en mí, a sabiendas que entiendo que nunca nadie podrá verme -ni yo a ellos-. Es una respuesta en proceso, quizá asistida con mi terapeuta. La cuarentena no ha ayudado mucho a nuestra relación.