jueves, 13 de octubre de 2022

Leve autocuestionamiento hacia mi veganocentrismo

Fue una simple pregunta la que sirvió de gatillo: ¿Cómo es tu persona favorita? No se me ocurrió nadie. Lo pensé para el presente. Realmente, no había nadie.

Soy vegetariana hace dos años, en proceso de transición al veganismo. He necesitado de mucho tiempo para poder empezar la transición, pues un cambio tan radical de hábitos siempre es una lucha constante, del día a día. Te acostumbras a asociar ciertas comidas con estados anímicos; a tener salidas fáciles cuando no te quieres esforzar; a anhelar aquella comida en específico, siendo que se te hace agua la boca tan solo pensar en eso. Para personas como yo, empezar a erradicar todas estas prácticas e inscribir unas nuevas resulta todo un reto, uno muy difícil que quizá no pueda ejecutar sola. En mis estrategias está el imbuirme en una cultura vegana, asegurando que otros compartan conmigo sus prácticas en la conversación cotidiana, ayudándome a hacer familiar y cercano aquello que hasta el momento ha sido un mundo desconocido. Esperando que esos otros pinten de un nuevo color mi cotidianidad, una con conceptos diferentes, donde hablar de aminoácidos sea algo común y corriente, y el acompañar a la casa de una amistad no requiera que yo me tome un chocolate sin leche y tostadas, pues no hay muchas más opciones para alguien que se quiera llamar a sí mismo vegano.

Acorde a mis intereses y a las situaciones vitales que atravieso fui puliendo un altar donde los valores que más brillan ante mis ojos son los de la práctica del veganismo. Hoy en día, para admirar a alguien requiero que esa persona sea vegana. La asociación en mi mente fue inmediata entre el "¿Cómo es tu persona favorita?" y el veganismo: mi persona favorita debía ser vegana.

El problema lo encontré cuando pasé del plano de lo abstracto a las identidades específicas: las pocas personas que conozco con esta ética no son tan cercanas a mí, no les conozco tanto para maravillarme con sus formas de ser, no creo que podría llamar a alguna como mi persona favorita.  ¿Podría serlo mi vecina Milena, que es vegetariana y con un amplio conocimiento en fuentes nutricionales? ¿Podría ser mi compañera de trabajo Blaire, quien practica el veganismo? No, ellas no lo son; probablemente son seres excepcionales, pero los ricos mosaicos que componen su ser son leídos como planos y sencillos frente a los ojos de alguien que no les conoce lo suficiente: poseo muy pocos elementos para maravillarme. Tuve que retrotraer algunos años de experiencia: quizá Daniela, aquella chica vegetariana, tan autoexigente, tan rigurosa, comprometiéndose con causas éticas, pues no solo la compasión por animales la movilizaba, sino también por las mujeres. Pero, no, ella no podría serlo: a sus prácticas éticas les noté un abismo con el trato a otros en su cotidianidad. Alguien tan incoherente no podría ser mi persona favorita.

La pregunta roñó en mi cabeza mientras tendía la ropa. Pensé en él, en Daniel, la mejor persona con la que he salido... ¡sí que era inteligente! Me sentía tan cómoda con él a mi lado y en los años que han transcurrido después de conocerlo lo he seguido admirando. Se me asoma una sonrisa al pensar que quizá él es para mí la encarnación del tropo The one that got away:
A character once had a great love in their life, but that was a long time ago. Somewhere along the way, they lost them, often without even realizing at the time what they were giving up. Now all they have left are bittersweet memories.
Sí, ¿por qué no? Una persona tierna, con una mirada mágica, estratégica, comprometida con su trabajo, con quien podía conversar por largas horas y con quien sentía que cada conversación estimulaba mi pensar. Muchas veces pensé que quizá no lo conocí en el momento correcto. Huía de él cuando las cosas tomaban un matiz de intimidad, quizá porque no podía hacer mucho más en ese momento: no me encontraba a gusto conmigo misma, infeliz por el curso que había tomado mi vida, con la angustia de sentir que a cada día se quemaba la posibilidad de devenir en quien me había imaginado por años. La insatisfacción conmigo misma era muy grande, mientras él veía en mí más allá de eso, porque él ha sido una de esas pocas personas que siento que me han visto a mí. No se acercó por deseo de una compañía o miedo a la soledad, sino que lo hizo porque en mí encontró algo que resonó con él, a conciencia. No puedo evitar pensar que ese reconocimiento ha sido clave para inmortalizarlo en mi memoria, que su inteligencia le valió para verme, a mí.

Y, quién lo iría pensar, así fue como terminé llegando a ella, a Jessica. ¿Cómo no iba a pensarla al considerar el bienestar que me ha podido traer una persona que me miraba a mí? Su nombre encabeza la lista —la corta lista— de personas con las que he sentido eso, y lo encabeza no solo por quizá ser una de las personas a quienes más he amado por fuera de mi familia, sino porque nunca en mi vida he sentido que alguien disfrutara de mí —no «conmigo», sino de mí, en un sentido ontológico— como lo hizo ella. Nunca. Lo he dicho ya varias veces: es quien he sentido que más a disfrutado genuinamente mi forma de ser. Es quien se ha acercado más por ese placer que le pudo haber producido mis excentricidades, mis cavilaciones, mis dramas. Me miró a los ojos y reconoció a quien estaba allí, no el momento, el escape de la soledad, una idea romántica de relacionarse con otros, el deseo de sentirse querido, no... eso no... fue a mí a quien vio, y fue maravilloso. La sensación perdura en mi interior, resplandeciendo con vehemencia, esa de ser visto.

Mi persona favorita... qué pregunta tan difícil. Me veo tentada a decir que terminé abandonando el veganocentrismo para abrazar mi egolatría, pero eso sería una injusticia. No fue porque me admiraran que se hicieron especiales para mí, no fue porque nutrieran mi ego, tampoco lo fue porque me sentía más con ellos. No. Fue porque sentí una conexión más allá de lo situacional y que excarvó hasta alcanzar el sentido único de quien se es como ser humano. Fue ese reconocimiento en los ojos de otro ser humano del que escribí hace tantos años, añorándolo.

Hoy en mi palpita con fiereza la analogía que Sócrates comparte con Alcibiades, más de diez años después de haberla leído por vez primera.

(133) Sóc. — ¿Te has dado cuenta de que el rostro del que mira a un ojo se refleja en la mirada del que está enfrente, como en un espejo, en lo que llamamos pupila, como una imagen del que mira?
Alc. — Tienes razón.
Sóc. — Luego el ojo al contemplar a otro ojo y fijarse en la parte del ojo que es la mejor, tal como la ve, así se ve a sí mismo.
Alc. — Así parece.
Sóc. — En cambio, si mira a otra parte del ser humano o de algún objeto, salvo a aquello con lo que resulta semejante, no se verá a sí mismo. 
(b) Alc. — Tienes razón. 
Sóc. — Por consiguiente, si un ojo tiene la idea de verse a sí mismo, tiene que mirar a un ojo, y concretamente a la parte del ojo en la que se encuentra la facultad propia del ojo: esta facultad es la visión. 
Alc. — Así es. 
Sóc. — Entonces, mi querido Alcibiades, si el alma está dispuesta a conocerse a sí misma, tiene que mirar a un alma, y sobre todo a la parte del alma en la que reside su propia facultad, la sabiduría, o a cualquier otro objeto que se le parezca.

Hablando del ver... ¿cómo dejar escapar esta canción?

Hey, Eurydice, can you see me? I will sing your name till you're sick of me. Just wait until it's over, just wait until it's through