jueves, 30 de noviembre de 2023

Ilusión óptica y su recuerdo

La silueta de alguien en una imagen difuminada me recordó ella. Había abierto Bumble y, dentro de las estrategias para no pagar suscripción, di click al botón de «Le interesas», buscando reconocer los grandes rasgos que se pueden solapar de esa foto difuminada —la trampa visual que usan para atrapar nuevos clientes— a una foto de los quince o veinte perfiles que me aparecen día tras día. Cabellos cortos, fondos playeros, gafas, ciertos ángulos de los rostros en las fotos se revelan en este sencillo ejercicio.

Las pistas de esa imagen se mantuvieron en este tipo de generalidad. Cabello amonado, largo y hacia los lados, rostro algo trigeño, y la cabeza un poco ladeada. Es evidente que fui yo la que quiso poner su rostro allí: imaginé su sonrisa, la serenidad en sus cejas, el ideal de calma con ella y hasta sentí escuchar su voz.

Con ansiedad revisé los perfiles que estaban disponibles dentro del filtro de edad y locación. Después de pasar por todos, no vi ningún perfil en el que pudiese sobreponer esa imagen difuminada. Revisé los «Le interesas» y allí seguía esa misma imagen —en Bumble, al rechazar a alguien que ya había «aprobado» tu perfil, desaparece de esa lista—. Aumenté los filtros: aumente la distancia, de 10km a la redonda a 100km. Me tomó su tiempo pasar tantos perfiles, pero tampoco le vi, y aquella imagen seguía disponible en los «Le interesas».

Pensé en comprar la suscripción Premium. Por $27 900 podría quitarme la duda de encima. Podría acabar la ansiedad de esperar que fuera ella, dejar de verla en la foto de alguien que seguramente no era. Sin embargo, recordé que ya habíamos hablado del tema antes, donde se mostró despreciativa al uso de aplicaciones para ligar. No era la primera vez que se mostraba despreciativa hacia algo: en general, al ver al mundo, sobre él ponía una tela de moralidad, en donde era probable que ella se situara al lado de los justos. Me atrajo ese idealismo, al que asocié con una auto-exigencia que emana de mí, aunque a mí me lleva a sentirme derrotada frente al ideal. Dicha tela de moralidad sobre el mundo, pensaba yo, iba en desacuerdo con sus acciones, con el caos que manifestaba en sus rumbas, en su exceso de alcohol, en la facilidad con que se relacionaba sexualmente con otros. Mi propio horizonte moral me instigaba a despreciar su falta de coherencia, a ser intolerante con su intolerancia, a pesar de reconocer mi propia falta de coherencia, mi propios excesos o debilidades. Pero, ¿qué otro recurso tenía yo, ahora que ella me había sacado de su vida? ¿Menospreciar al otro no hace parte de esas estrategias de aquellos con rasgos narcisistas cuando se reconocen débiles, en situación de inferioridad?

En este momento, a pesar de que lo que más deseaba en el mundo era que la persona detrás de la imagen difuminada fuera ella, lo más probable es que no era este el caso. Vamos, qué pasó de mí hace rato. Quise replicar la historia que tuve con Jessica, cuando, años después, nos volvimos a encontrar mediante Tinder, pero no, no se trata de eso. Lo que yacía en medio de esto, realmente, es que incluso si lo fuera, ¿qué conllevaría? Mi dilema enseñaba su absurdo: ya no era posible soñar un futuro con ella, había mucho desprecio de mi parte, mucho resentimiento. Ya el sabotaje estaba instaurado, y seguro su tedio significaba condena a lo que ante pudo ser un leve atisbo de interés. Entonces, ¿por qué me aferro a su recuerdo?

Ese aferrar, tan propio de mí.

Sin necesidad de pagar la suscripción, a la imagen difuminada se le antepusieron otras que tampoco se eliminaban después de haber revisado los perfiles disponibles según los filtros. ¿Qué mensaje podría ser más claro?

Es probable que esta entrada será lo que guarde un recuerdo que terminaré por olvidar. Es probable que esta entrada sea el esfuerzo de mi parte por sujetar algo en el tiempo de lo que también se difumina.