lunes, 6 de octubre de 2014

Práctica artificialista, Rosset.

“[…] Un encantamiento todopoderoso que en [Jacques] Offenbach significa siempre encanto y jamás maleficio, niega la garantía de autenticidad a todo lo que se representa en la escena: falsas situaciones, falsos encuentros, falsos adioses, falsos matrimonios, falsas personalidades, falsos países, falsas alegrías, falsos deberes. Por lo demás, el propio compositor no es sino un trompe-l’ oeil: nunca se llamó Offenbach (sino Jacob Eberst), no nació el año que decía; mejor aún, jamás fue músico (nadie ha podido decir dónde, cómo y con quién aprendió la armonía y la composición). Y la obra es a imagen de su autor: postiza y pastiche a la vez, representa en su conjunto una especie de gigantesco acorde en falso, que sella en blanco mayor un cóctel insólito de errores, ilusiones y locuras. Offenbach destaca en esos unísonos ficticios, mediante los cuales todos los personajes en escena , que se engañan tanto sobre su relación como sobre sí mismos, expresan de común acuerdo una satisfacción cuyo único carácter común es el de desenvolverse igualmente en los falso: ¡ah bravo!, ¡aj qué bien están!, ¡ah qué bello es! En la ópera clásica, la función del coro es comentar la acción resaltándola; función invertida en Offenbach, cuyos coros comentan la acción informándola, ostentando con complacencia su carácter engañoso e irrisorio. Comentario al revés, cuyo ritmo acentúa inhumanamente no los tiempos fuertes delt texto, sino sus tiempos débiles: tomando así al espectador como testigo del carácter increíble de lo que se le está dando en espectáculo. Algunas veces, el mismo espectador mixtificado está presente, por lo demás, en la escena como el «trío italiano» de M. Choufleuri restera chez lui le…, durante el cual falsos cantores (en realidad, los organizadores del concierto, a los que los verdaderos artistas faltaron al compromiso en el último momento) deben cantar pretendida música italiana ante una sala de invitados, teniendo que arreglar entre sí espinosas cuentas de familia evidentemente ajenas a la acción del espectáculo; en desajuste de la atención en relación a la acción real, que simboliza la imposibilidad, en Offenbach, de tomar en serio la realidad en general, porque este efecto de desajuste puede regresar infinitamente: si los actores del espectáculo deberían representar sus intenciones reales, soñarían entonces todavía en otra cosa, y así continuamente. Para mayor desgracia, ninguno de los tres protagonistas improvisados conoce la lengua italiana; por lo que, además de una música sucesivamente tierna, dramática y jovial (pastiche simultáneamente de Bellini, Verdi y Rosini) se añade un texto absurdo, compuesto de flatulencias que pretenden pasar por italianas (Wagneri, Patati, Halévy, patata) exclamaciones amargas o agresivas igualmente italianizadas, respecto a los otros dos pseudocantores (quel mal hour, quel doulour!) y los aplausos del auditorio que se extasía ante la «verdad» del espectáculo ¡Bravo, bravo, qué bello es, ah, demasiado bello! Esa ficción exuberante, resorte constante de ese teatro depravado, se da libre curso en La vie parisienne, que si no es probablemente la obra maestra musical de Offenbach, no por ello es menos una de sus obras donde resplandece con mayor poder la celebración de lo falso, donde el júbilo en el espectáculo del artificio alcanza su paroxismo […]” ROSSET Clemente, La antinaturaleza, Madrid, Taurus, 1974, pp. 124-125

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