domingo, 15 de marzo de 2020

Terminando una relación

Esta semana recibí un mensaje por Facebook de una librería. Me estaban respondiendo una solicitud que hice hace dos meses, en donde preguntaba si había un libro y cuál era el precio de este. ¿Quién diría que un mensaje de esos puede ser leído como inoportuno? En menos de dos meses, lo que pensé que sería un buen regalo para conmemorar un mes junto a quien era mi pareja, se convirtió en causa de tristeza para mí, de una gran tristeza. Ya es mes y medio desde que ella terminó las cosas y esos pequeños recordatorios de cosas que quise hacer me resultan muy dolorosos. Son las evidencias de lo que procuraste trabajar para nutrir la relación en la que creías: quisiste añadirle detalles importantes, un libro que quiere leer, pero que no puede, porque el que tiene es una versión poco firme; un partido de fútbol que podría disfrutar, ya que es su equipo favorito; los detalles de animalitos que ves en Instagram y que ya no vale la pena consultar; dibujarla o dibujar a los gaticos. Desde lo simbólico, lo que crees que puede agradar.

En mi ceguera, en mi incapacidad actual de hacer una buena autocrítica, solo percibo mis esfuerzos por construir la relación que quise. Solo soy capaz de ver mis detalles, mi interés de complacer según mis posibilidades, mi puesta en marcha de formas de querer que pensé podrían ser asertivas. El uso cuidadoso del lenguaje -aunque, a veces, no tanto, ocasiones que terminaron pesando mucho- para nutrir la experiencia conjunta. Mis te quieros, mis me encantas, mis eres hermosa. La contemplación del otro y validación constante para que tenga clara su valía en mí. El compartir su música y procurar hacerla mía. El invadir sus espacios y preguntarle si quiere compartir conmigo rituales como el arreglo de las uñas o la lectura. Sus negativas.


Los de la librería me dicen que tienen el libro. Cuesta 34.900, original. Habría sido fácil obsequiarlo: un libro que quiere leer. Un pequeño, pero bonito gesto; a mí me habría encantado. Creo que debo tratar a los demás como me gustaría ser tratada y creo que di de lo mejor de mí para que la relación funcionara. Pero ¿De qué me sirvió procurar ser detallista?

Me repito, para evitar ponérmelo en duda: no me arrepiento, no me arrepiento, no me arrepiento, pero, en mí, florece la rabia, una rabia intensa. ¿De qué me sirvió? ¡Fue tan fácil acabar con las cosas! ¡Fue tan fácil pararse en esa postura, en no intentar nada para recuperar nuestra relación! Así de poco habrá valido, así de poco valió, a pesar de los esfuerzos míos por construir algo sólido. ¡Un recuerdo! Ese es el premio de consolación: convertirme en recuerdo. Por experiencia propia, sé que los recuerdos dejan de importar. ¿Por qué, entonces, a mí me importa tanto la relación? ¿Por qué me pasa esto? Así de fácil salimos de la vida de la otra persona, con frialdad y protestas soterradas.

La experiencia del encuentro con el otro puede ser decepcionante, muy decepcionante. Después de años construyéndome para evitar los errores del pasado, mis esfuerzos siguen siendo insuficientes. No nos pudimos mirar a los ojos. Quizá persigo imposibles, todavía volando sobre utopías idealistas. Mi mamá, en su uso descuidado del lenguaje, lo atribuye a mi personalidad. La del problema soy yo. Quien no ha tenido relaciones estables he sido yo.


¿Ya sumo una década de conocer esta canción? No estoy segura, pero Satura, de Lacrimosa, sigue siendo un referente dolorosamente bello.

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