jueves, 6 de abril de 2017

Opinión personal de Lovesong, de So Yong Kim, o cómo la cotidianidad se superpone al amor

Alguien me contactó a mi perfil de facebook hace como una semana, recordándome que tenía este espacio. Fue productivo el encuentro, pues, al querer escribir algo sobre la última película que me vi, Lovesong (2016, dir. So Yong Kim), pensé inmediatamente en lo beneficioso de concentrar toda una idea en algo que dure más que un chat en WhatsApp, donde muchas palabras terminan perdidas ante la inutilidad de su buscador o en una conversación en Messenger con una plataforma actualizada que me sigue sin ser amigable. Aquí estoy, entonces.

Poster oficial
Desde mucho antes de empezar a ver la película, sabía que su desarrollo era lento, pues tenía encima como cuatro meses de búsqueda y lectura de una que otra sinopsis. No estaba precisamente ante una cinta de acción o ante un melodrama. De hecho, el planteamiento del ritmo de la narración se me hizo similar al de Certain Women (2016, dir. Kelly Reichardt), aunque tengo que admitir que la obra aquí comentada fue mucho más satisfactoria. Ambas abordan su trama desde algo similar a la cotidianidad, en un momento donde sí, se desata una acción que es la que articula el sentido del relato, pero donde se plasma con intensidad el peso avasallador de la cotidianidad. La contrapartida son las propuestas como 500 days of Summer (2009, dir. Marc Webb) o de casi cualquier película de gran distribución en donde se nos muestra en pantalla una serie de momentos que conllevan a un crecimiento del personaje en el que se termina dando lugar a las acciones concluyentes del conflicto. En estas dos cintas, sencillamente, no «pasa nada».


No es que nuestros personajes sean sencillos o unidimensionales, pues estos momentos de tensión los afectan y, por ende, los transforman. Solo es que estos cambios apaciguan su resonancia en el mundo de la interacción entre personajes (o de la acción) al estar sumidos o ahogados en sus contextos. No va a haber una gran acción que cambie el curso de la vida porque, en general, estamos demasiado apegados a nuestros día a día, que se reproduce en esta serie sin fin de cotidianidad presente en unos perfiles demasiado humanos, pero cuya finalidad no es clamar un estaticismo sin fin, que sería absurdo, sino solo mostrar cómo, en un día a día, se escriben historias en nuestra piel, momentos o sentimientos que nos atraviesan, pero que nunca valen por sí solos para darle un giro 180° a nuestras existencias porque somos mucho más complejos que eso, porque tejemos muchos más vínculos, que justamente son eso que llamamos cotidianidad, sin que yo quiera malgastar la palabra.

Esta es la situación que nos expone Lovesong. Con unos acercamientos a los personajes a través de unos planos medios o primeros planos que insisten en captar cada momento de la expresión de solo una de las dos protagonistas la mayor parte de este tipo de tomas, olvidando por un momento a su contraparte, quien sabemos que esta allí porque, aunque fuera del encuadre, su voz es clara, tal como también lo es la receptividad de la otra. Así se nos introduce el pequeño mundo de las reacciones de Sarah, interpretada por Riley Keough, o de Mindy, papel en manos de Jena Malone. Y de la mano a ese efecto de cotidianidad, está el de la pasividad de planos secuenciales, que nos da la sensación de que todo transcurre en tiempo real.

A esto se le suman innumerables subtramas, que parecen desligadas de un interés central narrativo porque están desvinculadas y no aportan mucho a la acción, pero que no solo sirven para caracterizar ante nosotros a los personajes, como las primeras escenas entre Sarah y su hija, Jessie, sino también para caracterizarse entre ellos, como el coqueteo entre Mindy y aquel cowboy con el que simpatiza en la feria.

Se nos enseña cómo la tarea de ser mamá está consumiendo la totalidad de la energía de Sarah, ya que no parece manejar vínculos amistosos con algún otro vecino y su relación con su esposo, Dean, se reduce a un encuentro cada dos meses o a llamadas por celular y por skype en los momentos en que este último no está trabajando, en donde ambos manejan una cordialidad que más parece una puesta al día que una comunicación íntima. Aquí el interés no está en marcar qué tan frío es su esposo sino, más bien, percibir la pasividad de Sarah, quien se repliega mucho en sí misma, asunto visible en el cómo nos exponen su día a día.

Momento en el hotel después de la feria
Por otro lado, tenemos la osadía de Mindy, personaje que muestra una mayor libertad que Sarah, a la que le comunica su estilo de vida sin mayores compromisos y más plagado de acciones. Y justo es lo que le ofrece a la otra: acciones, aunque sin mayor riesgo, como lo es ir a una feria cercana. Con un carácter mucho más extrovertido, conoce a un vaquero en la feria y coquetea con él, mientras su amiga se mantiene al margen. No es una novedad en su carácter, como lo confirman las conversaciones entre ambas, fluyendo detalles sobre sus novios de colegio e intereses amorosos actuales. Así que Sarah solo observa, esperando a que sea el momento de decirle que hay que partir, pero su expresividad nos hace evidente su incomodidad ante la situación. De esta forma se representa la maravillosa escena de la feria, donde idealmente Sarah se refrescaría de su cotidianidad al lado de Mindy, quién estaría allí a su lado, pero la situación solo resulta en un desencuentro entre ambas, guiado por sus propias cotidianidades avasalladoras. Pero la poesía no termina allí: la secuencia claudica con el carro como escenario dentro del viaje que están teniendo, presentando a una Sarah sonriente y relajada. Y es que, el desencuentro no tiene ni tuvo por qué haber desembocado en tragedia, pues el desencuentro es el pan de todos los días; la feria, por su parte, y la compañía parcial de Mindy, por otra, son aquello que perdurará en su narrativa de lo que fue aquel. Aún así, las consecuencias de la feria se plasman en el momento en que ambas dialogan para el desayuno. Allí, Sarah le resta importancia a la intimidad compartida entre ella y Mindy en la noche anterior -que podemos condensar en un par de besos-, pues consideró que fue algo típico de Mindy el hecho embriagarse y «hacer cosas así», por lo que no significa mayor cosa. No solo se está tratando de juzgar a otro personaje desde su historia compartida, que no está en pantalla, sino a partir de aquella secuencia de la feria. El personaje de Jena Malone se defiende de la acusación, pero es callada ante un «estoy casada y como sea...».

Y he allí el componente sustancial de la película. Aquella pieza que encaja perfectamente en las máquinas de cotidianidad de cada una: el miedo. La próxima movida de Mindy, que también posee el rasgo de ser impulsiva, como se ve en sus iniciativas -incluida la del beso-, es irse. Sarah, con personalidad pasiva, solo acepta. Mindy se sintió rechazada y por eso se va, aunque sepa que su compañera de colegio significa mucho más para ella; Sarah teme sus compromisos y cualquier paso que de por fuera de su recluido mundo, y por eso la deja ir, aunque le rompa el corazón. Nadie hace el mayor esfuerzo porque algo más suceda. Nadie insiste.

Reencuentro
Así es como llegamos a los preparativos de la boda de Mindy, tres años más adelante. Sarah es invitada y asiste, aunque su presencia le causa sorpresa a Mindy. Luego esta última le confesará a Sarah (y a nosotros, espectadores) que siempre la ha amado, por lo que su presencia allí solo consigue desestabilizarla. Mindy había conseguido una cotidianidad cómoda. Ignoramos qué tanto le costó construir su relación con su prometido, Leaf, pero sí sabemos que no dio ese salto al vacío frente la persona más significativa en su vida, sino que abandonó su presencia. Aquí me gustaría hacer un paralelismo con parte de una escena en Wide Eyes Shut (1999, dir. Stanley Kubrick), donde la protagonista le confiesa a su esposo que alguna vez conoció de vista a un extraño por el que sentía que habría abandonado todo, pero con quien nunca llegó a hablar y, por ende, aunque la situación la transformó a ella, el curso de su vida no se vio influenciado por una acción radical. En ambos casos, lo que reina es una inercia que afecta profundamente al personaje, pero que no tiene una consecuencia igual de efectiva en sus cotidianidades, caso contrario a lo que casi siempre sucede en el gran cine. Son fuerzas muy potentes que se apaciguan, similar a como lidiamos con ellas, día tras día, nosotros mismos.


He allí el encanto que me produce esta cinta: es el intento de plasmar una actitud tan humana como la inercia que presentamos ante situaciones claves en nuestra vida. El miedo en ningún momento se verbaliza ni hay terceros que entren a recomendar cartas en el asunto. Sencillamente, el aura del largometraje está impregnado por esa incapacidad de tomar acciones decisivas, optando todo el tiempo por mantener la estabilidad. ¿Cuál se convierte, entonces, en la excepción? Fácil: los momentos en donde menos pesan las cadenas constrictivas de nuestra personalidad, aficionada a mantenerse leal a nuestros contextos o múltiples vínculos aunque no nos interesen realmente. Esos momentos son, justamente, los de ebriedad. El primer beso entre Mindy y Sarah sucede entre copas; el arribo de Mindy a altas horas de la noche -después de haber sido distante en el transcurso del día- al hotel donde se hospeda Sarah en espera de la boda acontece con una novia alcoholizada; el ansiado y emotivo beso en la celebración de la despedida de soltera se presenta entre dos amigas muy ebrias.

Claro que, a puertas de tomar una decisión tan importante como casarse, Mindy se desmorona. Es consciente de su amor por su amiga, y el beso entre ambas, justo la noche anterior de la ceremonia, le brinda la esperanza de reciprocidad. Hay mucho en juego, pues la boda está a horas de sellarse, pero ella es impulsiva, y aprovechó una situación para pedirle a Sarah que le acompañe un momento. Lo magnífico del relato está justo en que las piezas del contexto de cada una, el peso de la cotidianidad, sigue haciéndoles presión de una forma en la que no pueden desligarse: Sarah es incapaz de proponer algo, aunque le haya admitido a Mindy que la ama; y Mindy teme demasiado a Sarah o a lo que siente por ella, por lo que, ante la menor señal de rechazo, se va. En la primera parte, bastó aquél «estoy casada»; para la segunda parte, el trabajo lo hizo un «deberíamos irnos ya», mientras ambas reposaban juntas, horas antes de la boda.

Amanecer después de la despedida de soltera
La última escena es la boda, la cual se lleva a cabo sin ningún inconveniente (aunque no deja de preocupar la ausencia de asistentes). Haberle puesto nombre a esos sentimientos, llamarlos «te amo», no rompió aquellos impedimentos existentes para un momento crucial, para un cambio en el eje de las acciones. Claro, queda la potencia en Sarah de aquello que no reconocimos en Mindy: la paciencia. Sarah fue quien protestó porque Mindy se fue y, ahora que se está separando de Dean, puede ser su turno de esperar, de permitir que las acciones tomen otro curso a través de su intervención.

Pero, para esto habría que romper esa relación con su cotidianidad, tesis que contraria el desarrollo de los hechos en toda la película. Probablemente pase que, como aquel gran amor que nos marcó y que hoy en día a algunos sigue lastimando, una deje que el curso de la vida se encargue de invisibilizar a los demás aquello que nos afecta, vinculándonos finalmente con otras cosas y personas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario