martes, 27 de agosto de 2013

Sobre el afecto: El amor a los animales

Hace pocos días caminé por el núcleo del Río de la Universidad Nacional. Había llovido un poco antes, y hacía frío. Mientras estaba acercándome al galpón cinco, mi olfato atrapó una esencia que me resultaba familiar: El aroma de un árbol. Me gusta esa humedad que emana de ellos y cómo se conjuga con un olor propio de él... me recordaron mi infancia en La Unión, a aquellas largas caminatas por colinas con mis hermanos y amigos -principalmente Rolo-, o a aquel gran árbol que era fácil de escalar, ¡por primera vez me trepaba a un árbol! Sólo fue una vez sobre él, pero, le extrañé mucho: Nunca conocí otro árbol tan fácil de escalar... lástima que estuviera tan lejos.

No hace mucho me vi una serie de Netflix llamada Orange is the New Black. Entre tantas cosas que la serie plantea, hay una que me pareció encantadora: La protagonista, Piper, se muestra como una chica regular; un poco imprudente, cuestión que le genera uno que otro problema, pero, bastante regular. No actúa con malicia y antes se puede observar que trata de hacer las cosas bien, tanto para sí misma como para los demás. Un personaje bastante común, pero, en esta serie se encargan de descomponerlo entre Larry y Alex, una descomposición exquisita, porque ambos resaltarán el gigante lado egoísta de Piper, y la pobre no podrá más que sentirse abatida después de que el jugar a lo más seguro no le funcionara. Para hablar a profundidad tendría que volver a mirar la serie... pero, ahora mismo quiero hablar de otro lado: Piper comentaba que en prisión se hacía más notoria la soledad, y ya que ella era alguien débil, necesitaba compañía, necesitaba calor humano.

En Shin sekai yori nos hablan de una forma eficaz para que los monos descarguen la tensión o asperezas que puede generar una situación: Contacto físico. Una interacción íntima permitía relajar a los miembros de la manada, y allí se hallaba la utilidad del amor. La protagonista niega rotúndamente este método cuando casi le asesinan -una de las tantas veces que casi lo hacen-, pero, la serie misma nos muestra que ese método es el que predomina para la manutención de la paz en la humanidad. Unos a otros los individuos se buscan para satisfacer esa demanda de cariño que el sistema les impone a cambio de su hostilidad o agresividad. Algo así debieron añadirle al frío mundo de Pyscho Pass.

Aquí, Piper lo expresa en pocas líneas, pero, se deja en evidencia esta primera postura. Ella recurre a Alex en busca de ese confort, de esa necesidad afectiva que desarrolló: En la cárcel todos le son extraños y no puede simular ese tipo de relación con nadie... pero... Alex es un rostro conocido, y allí busca refugio. Piper no apuesta a riesgo, siempre trata de ganar algo, por eso el problema final con Larry o la neutralidad que adopta con Alex después de que se entera que ella la vendió -como la misma Alex le manifiesta en su frente-. Eso hace de Piper un personaje encantador: Es débil, es, ante todo, humana.

Si bien puedo admirar esta característica en la televisión -que, por lo general, simplifica la imagen del humano- no me es tan fácil hacerlo en lo que llamamos realidad, y tal vez este era el punto en sí que deseaba tocar: Gran parte de los seres humanos desarrollan esa necesidad afectiva, pero, como la admirable Veronika del universo de Coelho diría: ¡Los seres humanos son tan difíciles! Desarrollar una relación afectiva con otro ser humano es un asunto complicado. Es jugar una ruleta, pues la afectividad viene ligada a muchas características o prerequisitos más. Nos tememos tanto los unos a los otros... que preferimos confiar en los animales para suplir nuestro deseo de cariño.

¿Por qué no empezar por los humanos, que también son animales?

Sí, así veo la relación del humano con el animal doméstico: Una relación de escape; un vínculo motivado por el facilismo de la situación. Bueno, mi comentario está permeado por mi mínimo aprecio a los animales -dejando por fuera al ser humano, que no niego también sea animal-, y hecha esta advertencia, prosigo.

En las relaciones humanas existe una tensión por el poder. Como nadie quiere ganar, juegan un poco como Piper: Apuestan bajo el mínimo riesgo. No sigo que siempre sea así, sino que pareciera ser la tendencia. El encuentro entre dos seres humano es conflictivo: Cada cual busca una ganancia o utilidad en el otro, por lo que se genera todo un proceso que podría requerir esfuerzo y tiempo. Bien lo dijo Saint-Exupéry sobre los amigos: Ya que todo lo compramos, el hombre no tiene amigos porque no puede comprarlos. Y ups, es aquí donde entran los conocidos cuadrúpedos de familia.

Con un animal no se desarrolla una relación de poder. Puede que tu gato te desprecie y no quiera que le abraces, pero, eres tú el "dueño". Eres tú quien le da comida, el animalito tiene una relación de dependencia directa con su "dueño". Incluso el común de las personas no se llaman a sí mismos "compañeros" del animalito, sino "dueños". Soy yo quien ostenta el poder en una relación con ellos. Si no les gusta, no pueden protestar: Están bajo mi potestad y de allí no pueden salir. Es una relación de propiedad y subordinación, es la materialización del deseo impositivo humano.

Pero, bien podrías no "tener" mascota, pero, encantarte los perrunos que ves por la calle y conmoverse ante su pelaje mientras te acercas para sobar su cabeza. No es directamente una relación de dominio, pero, lo es de seguridad: Apuestas al perro porque crees que no te va a rechazar. Aquel animalillo quiere un poco de atención y amor, ya sabes qué brindarle. Ni tu aspecto físico ni tu personalidad le causarán mayor impresión -o eso creo-, no tienes que esforzarte en descubrirlo ni en romper barreras con él. E incluso las barreras pueden ser más simples: Con la simple presencia, el animalillo se va acostumbrando a ti.

Típica relación de poder donde no se adopta responsabilidad por el propio accionar.
Los humanos, por otro lado, son multiciplidad de veces más complejos. Podría resultar más satisfactorio abrirse a ellos, pero, preferimos replegarnos en nosotros mismos por el miedo que nos causa el semejante. Y es aquí cuando, para mí, empieza a llegar el problema.

Cambiamos al semejante, a aquel que podría tener también esa necesidad afectiva -que por cierto no se limita al plano físico, donde personas como yo prefieren mantenerlo bajo- por el animal. Y no es que diga que al animal no se le debe querer, sino que lo usamos como escape. Al desarrollarse más fácilmente una relación de poder favorable para mí, me quedo con el animal y dejo de lado al semejante, a quien ya no veo como semejante. Al mirar sus ojos, no me reconozco allí, y por eso soy incapaz de tratar de ubicarme en su posición: Si el otro sufre, no me conmuevo, pues mi alienación no me permite verlo como semejante. Ya soy un indolente hacia la humanidad, y creo que la psiquis de un humano es por creces más compleja que la del perro porque, para nosotros, nuestro lenguaje lo es, y soy de creer que sentimos a partir de los conceptos que generamos.

Nos escudamos en el animal, abandonando al humano, cerrándonos ante el humano, a aquella criatura que actúa por miedo. Allí retumba en mi cabeza las palabras de Sócrates, que es lo único que acepto como dogma, como verdad: Los humanos tienden al bien, y si no lo hacen, es por ignorancia. El conocer el bien te lleva inevitablemente hacia él, a menos que lo ignores. Es allí cuando Sartre se alza sobre mí: La angustia se causa en el proceso de reflexión (de reflejar) de la consciencia: Cuando la consciencia se ve a sí misma, siente angustia porque no está cumpliendo con los deberes que le impone su libertad, porque sabe que no está haciendo lo correcto. Por eso preferimos ignorarlo.

Y lo creo, porque yo no me veo en el otro, y por eso mi indiferencia. Lo sé, porque sufro esa angustia, ese desgarramiento ético al no hacer nada. Lo sé, porque a veces odio a la humanidad y prefiero un contacto simple, como el del animal; y ese odio nace por mi incapacidad hacia mí misma. Tal vez mis palabras sólo valgan para mi caso, y tal vez quienes amen con ese entusiasmo a los animales no padecen lo que comento. Lo que sé es que, casi todas las personas que conozco, temen a las otras personas.


Una canción para armonizar. Como presentarían en esta versión alternativa de la gloriosa canción de EXO: ¿No deberíamos amarnos?


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