martes, 7 de mayo de 2013

En una tarde cualquiera...

Y mientras conversaba, se han flexionado sus comisuras labiales. Por un momento el tema de conversación se convirtió en algo secundario, y sólo podía pensar el que el hablar le ocasionaba una deleitosa sonrisa. Son esas sonrisas las que se impregnan en uno, las que, cuando te tiendes en la cama, recuerdas con mayor placer, ¡y es que esos gestos revelan una candidez incomparable! en esos gestos encuentras la complacencia del otro, allí es cuando hallas sentido al dedicar horas de interlocución, porque esos son los vestigios de un vínculo.

¡Aquel majestuoso gesto! Era además un símbolo cumbre de la estética. La armonía alcanzada en su rostro fue inédita, todo se hallaba interconectado y resaltaba, todo era un manjar para la contemplación. Incluso su rigidez se hacía partícipe en el juego, danzando cubierta de un halo deslumbrante, juego en el que me vi tentada a participar, con la vana idea de perpetuar, porque mantengo la idea que entre más expusiera a mi vista aquella sonrisa, más podría detallarle, más podría recordar, más podría recrear. Instintivamente, pero a plena conciencia, respondí de igual forma. Las palabras habían conseguido su objetivo, habían creado un lazo invisible e incuantificable, un lazo que demostraba la aceptación del otro, de su humanidad, y que acaso invitaba a derrumbar las barreras, a creer, a ser.

No fue, como tiende a ser para mí, un juego retórico, un juego de palabras, una invitación a escudriñar en el alma de otra persona para aprender de ella, para retar los misterios de la psyque. ¡Cuán honesta fue mi sonrisa, cuán honesta fue esa dicha que expresé en ese momento! pero, la ambición siempre llama, e incluso cuando la plenitud se me manifestaba a razón de su expresión, deseé más. La simple expectativa de construirlo vigoriza.

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