miércoles, 2 de mayo de 2012

La muerte

Al estar estacionada frente a una tumba, generalmente, no pienso mucho el momento. Serán las palabras de otro las que iniciarán mi proceso de análisis. El que digan algo como "pensar que ahora se está pudriendo... ese ser que tanto amé" me lleva a la reflexión de lo sobrevalorado que está el cuerpo. Al instante, me siento en necesidad de decir palabras tales como "Asuntos como el que ahora se esté descomponiendo no son realmente trascendentales, dado que también nosotros nos estamos pudriendo con el paso del tiempo. Él no fue por su cuerpo que ahora es devorado por los insectos, sino por las huellas que dejó en algo no tangible, como son los recuerdos".  . . . bueno, lo dije más bonito acá que en la realidad, pero igual, esa era la idea inicial.

Las marcas que otros crean en uno no son tanto físicas... a menos que haya sido algún momento de frenesí o un accidente. Las marcas tienden a ser mentales. Tienden a estar representadas en cosas que no podemos tocar, como palabras o gestos. Cuando alguien muere, son éstas marcas las que mantienen unido el vínculo. ¡Que curiosa y a la vez hermosa condición! Aún cuando el vínculo no sea renovado porque no es posible físicamente que sea renovado, sigue vivo y latente dentro nuestro. Nos acostumbramos a su ausencia, que no es lo mismo que olvidarle ni dejar de apreciarle.



Ya depende de la perspectiva de cada uno, pero yo, quien no cree en dioses ni en cielos, considero que, al morir, la esencia de la persona sólo vive a través de quienes quedan conscientes y marcados por ella. Digamos, en cuestión, la persona no muere.... sigue viva dentro de uno. Es ésta la razón por la que quiero morir de 100 años y con nietos... es la mejor propagación de mi existencia que puede existir.

Manuél vive dentro mío. El papel que desarrolló en mis primeros catorce años de vida fue protagónico. Soy quien soy ahora en buena parte gracias a él, por lo que, él no está muerto, su esencia sigue viviendo en mí y en los demás que logró afectar en el transcurso de sus dieciséis años vividos. Y no solo como esencia vive, sino también como recuerdo latente.

Y como siempre, mi egocentrismo toca toda reflexión que haga. ¿Y qué huellas he dejado yo? es difícil saberlo. Es difícil identificar si acaso he marcado más personas fuera de mi familia, aún cuando esas personas pueden decirlo. Ah, mi egocentrismo no es tan grande como creía... le doy más importancia al papel que otros han jugado en mí, que el papel que yo juego en otros.

Como sea, soy agnóstica y escéptica, y no sólo con Dios sino que con casi todo. Así que, no descarto la posibilidad de un cielo.... y si existe un cielo, ¿cómo se llega hasta él?
Acudo entonces a las instrucciones dadas en la Divina Comedia. Si acaso él está en el purgatorio, sólo acenderá mientras recemos por él. ¿Esa no es la idea de las "ánimas benditas"? ¿nombres olvidados, personas olvidadas a las que se les reza en busca de favores para, a cambio, acercarles al cielo? no lo sé, nunca me adentré con esas ideas, aún cuando sería interesante el al menos tratar de comprenderlas. Eso sí... yo no le puedo rezar debido a mi ausencia de fé, pero, espero que mi presencia en el cementerio tenga utilidad alguna.


Así que, dado que hablamos de asuntos de ultratumba, comparto una interesante danza.... una macabra. Obra del francés Camille Saint-Saens.

(PD: Ese extraño momento en que las visitas son de Rusia...)


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